
El Concilio de Nicea fue el primer Concilio Ecuménico, es decir, universal, ya que en el intervinieron obispos de las regiones por las que se había extendido el cristianismo, es decir cuando la Iglesia pudo disfrutar de una paz estable y disponer de libertad para reunirse abiertamente. Se cuenta que en él participaron obispos que aún tenían en sus cuerpos las señales de los castigos que habían sufrido por mantenerse fieles durante las persecuciones pasadas.
El emperador Constantino, que aún no se había bautizado, permitió la participación de los Obispos ofreciéndoles hospitalidad en Nicea de Bitinia, cerca de su residencia de Nicomedia. De hecho, consideró muy oportuna esa reunión, pues, tras haber logrado con su victoria contra Licinio y con la reunificación del Imperio, también deseaba ver unida a la Iglesia, que en esos momentos estaba sacudida por la predicación de Arrio, un sacerdote que negaba la verdadera divinidad de Jesucristo. Desde el año 318 Arrio se había opuesto a su obispo Alejandro de Alejandría, y fue excomulgado en un sínodo de todos los obispos de Egipto.
Entre los Padres Conciliares se contaban las figuras eclesiásticas más relevantes del momento. Estaba Osio, obispo de Córdoba, que según parece presidió las sesiones. Asistió también Alejandro de Alejandría, ayudado por el entonces diácono Atanasio, Marcelo de Ancira, Macario de Jerusalén, Leoncio de Cesárea de Capadocia, Eustacio de Antioquía, y unos presbíteros en representación del Obispo de Roma, que no puedo asistir debido a su avanzada edad. Tampoco faltaron los amigos de Arrio, como Eusebio de Cesárea, Eusebio de Nicomedia y algunos otros, siendo en total unos trescientos los participantes.
Una de las cosas que se trataron hace 1.700 años y que aún muestra interés para los cofrades es que en Nicea se fijó la celebración de la Pascua en el primer domingo después del primer plenilunio de primavera, hecho por el que cada año la Semana Santa tiene diferente fecha de celebración.