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Carta del Rey Melchor a todos los cofrades

Como cada año desde que tengo conciencia le he escrito una carta a los Reyes Magos. Este año la carta ha sido distinta. Les explicaba la situación tan difícil que estamos pasando y el sufrimiento por el que están pasando tantísimas personas a raíz de esta pandemia. Les decía que yo no pedía nada concreto, pero sí que les preguntaba qué es lo que podían traer este año a los malagueños para paliar un poco esta difícil situación. Esta ha sido su respuesta.

“Querido Salvador:

Muchas cosas he traído a lo largo de los años a esta querida ciudad de Málaga; pero, sin lugar a duda, lo más grande que siempre he traído ha sido la presencia de nuestro Señor Jesucristo. Y este año no voy a cambiar.

Este ha sido un año malo, muy malo, donde en oriente y occidente hemos vivido las consecuencias de una pandemia que nos ha doblegado en nuestra soberbia.

Sin darnos cuenta, sin pretenderlo siquiera, nos hemos creído que éramos origen, destino y fin de esta realidad en la que vivimos. Pero uno de los seres más pequeños que existen, un virus, nos ha vuelto a recordar que somos mortales; que por mucho que nos creamos invencibles en nuestra realidad, esta situación nos dice que no, que somos criaturas, pequeñas, humildes y necesitadas del amor, la fortaleza, la misericordia y la paz del hijo de Dios.

Y ese es el regalo que os vuelvo a traer. Hace dos mil años, los Magos salimos de distintos lugares del mundo tras una estrella que nos anunciaba un gran acontecimiento. Al llegar a Belén, en la humildad de un pesebre nos encontramos con él: arropado por el amor de unos padres, en la más humilde de las moradas, estaba el Rey de Reyes. Un buey y una mula eran su guardia real y, ante tanta grandeza hecha humildad, tanto Gaspar, Baltasar como yo mismo, no tuvimos otra opción que caer de rodillas. Le hicimos regalos de reyes y dioses: Oro, incienso y mirra, pero el gran regalo nos lo hizo él. Desde aquel pesebre nos miraba el amor de Dios hecho carne y nos decía que nada teníamos que temer: que él ya estaba con nosotros; que podíamos tropezar en el camino, pero confiando en él, escuchando su palabra y tomados de su mano, no había nada que temer. 

Podría llegar la dificultad a nuestra vida, estrecheces en la familia; podría llegar la enfermedad o podríamos perder a seres queridos; pero la mirada de ese niño nos llenaba de paz y alegría. Él nos ayudaría a seguir caminando, a seguir luchando por transformar la realidad de nuestra vida; por seguir anunciando que el secreto del que quiere servir a Dios es precisamente el servicio, el salir al encuentro de Cristo en los que van caminando junto a nosotros; el servir a las personas que el Señor ha puesto en nuestro camino, empezando por la familia, pero especialmente a aquellos que en algún momento de la vida pueden precisar de lo que somos o tenemos. Y tenemos que dejar de mirar nuestra vida, para ver la del otro; tenemos que salir de nuestra comodidad para hacerle la vida más llevadera al otro; descubrir que el niño Dios se encarna a nuestro alrededor de una forma especial en los que peor lo están pasando.

Nosotros le hicimos un regalo de incalculable valor, pero él, regalándonos su vida, transformó la nuestra para siempre: Ya no éramos los magos que fueron a descubrir qué significaba aquella estrella, sino que nos convertimos por su misericordia en los Reyes que teníamos que transmitir su presencia, su esperanza, su alegría, su misericordia, su paz su gozo… su vida, en definitiva.

Por eso, cada año, trayendo regalos, llenamos de ilusión, alegría y esperanza a todos los malagueños, y de una forma especial, a los más pequeños. Pero os recordamos que todo esto lo hacemos por amor: por amor a Dios que nace en la humildad de un pesebre y por amor a Dios que se encarna en el hermano. Los niños nos recuerdan con su inocencia que nada hay perdido: que Dios haciéndose carne de nuestra carne se nos vuelve a entregar para que sigamos trabajando y luchando por hacer presente el cielo en la tierra”. 

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Escrito por Redacción MC

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